EL VATO DEL UBER “EL ESGUINCE DEL PERRO”
Hablando de sanguijuelas sin conciencia, la mera verdad es que la mayoría de la gente así es. No saben hasta cuándo pueden mamar, o no saben por qué lo hacen, o simplemente es pura necesidad. Como aquel niño con fijaciones fálicas-orales que este sentía cuando iba a tomar a los bebederos del colegio y se acordaba de lo que hacía su mamá con los vatos que esta metía a su casa. Sí, otro pinche paciente con las tripas en la cabeza y el cerebro metido en algún cajón del clóset de su ingenua ex novia.
Son directrices, que se vuelven distraídas al querer encontrar un punto fijo, como cuando un sujeto está probando la fruta prohibida de la vieja que le gustaba y le dejó de gustar un día que la invitó a comer ceviche; en algún restaurante de moda que se hizo famoso por las redes sociales.
Rodrigo se encuentra esperando a su vendedor de droga, no hay nada en su bolsillo, más que dinero robado por haber empeñado por segunda vez el brazalete de oro de su mamá. Este mismo que ella obtuvo como regalo en el tiempo que cumplió quince años; en aquellas fechas cuando todavía se festejaba cómo a la antigua. La ahora señora nunca olvidará el día en que su padrino le agarró la nalga, ya que, debido a eso: cualquier persona no es la misma. Al igual que su perspectiva en general de lo que suceda con cada pinché cigarro qué se fuma.
El del Uber cuenta historias, verídicas o no, son entretenidas, son suspicaces, tremendas, asquerosas y nadie debería escuchar o leer. Nos encontramos frente a una cloaca viviente, con patas y boca, no tan apestosa (el muy hijo de la verga usa el mejor perfume de Paco Rabanne). Es como si fuera un Transformer o algo así, pero nada benevolente, ya que siempre dice que la gente es como una mezcla de plátano y víbora. No sabes si esta podrida por dentro y cambia de piel de vez en cuando. En sí, estar con él es como una mamada metafísica, algo así como cuando alguien caga un perro muerto en el baño del Wal-Mart y tratan de echarle aromatizante sin poder lograr un factible cambio en el hedor.
¡Me volví a topar a la sietemesina, le di un mes más de vida jajaja! —el del Uber profanó desde su lengua aquella expresión poco aceptada para cualquier persona— Neta mi coma, esas morras son unas guerreras, se apresuraron en llegar un mes antes y se aferraron a seguir viviendo, ¡ah! Cómo me gusta esa pinche morra con cuerpo amorfo de camarón y cheto.
Debido a esa exclamación, le contesté —¿Es en serio hijo de tu puta madre? ¡Ya vas a empezar con tus mamadas! —.
Las ruedas del automóvil no dejan de pasar y traspasar el asfalto mal hecho de la ciudad mientras este balbucea sus recónditos oscuros pensamientos —mira esa doña, ¡uff! Mira la pinche licra entre la pierna, como ha de oler ese malecón—.
Analizando su última afirmación, uno se bloquea, uno piensa en cosas buenas, uno no tiene tiempo para discernir entre lo absurdo de sus analogías o de sus impulsos sexuales mal castrados por su mamá o la tía política que le chupó el pito en aquella boda de quien sabe quién; y que se suscitó en algún salón del sindicato de la CTM. Esa fue su primera vez, sin embargo, no estamos hablando de lo sexual, estamos hablando de una clamidia que se le curó gracias a los programas federales de salubridad que cambian cada seis años de nombre.
—Déjame contarte la historia del “Taco de verga”, mi comando.
—Aquí vamos otra vez ¿De quién chingados me vas a hablar? ¿Del vato que descalabró a su papá con una sandía? Ese estuvo bien denso, pinche loco, o sea su papá tenía una frutería, era de esos papás cagones, no como el mío, bueno si, cada papá es cagón como otros, creo que así debe de ser, pero en cambio tengo varios compas que sus jefes si se pasaron de mamones, ahora son de esos vatos que se quejan de la iglesia, que se la pasan apoyando gente antisocial y desalineada. Pero bueno, ninguno tiene la almohada limpia ¿verdad? Al final de cuentas el pinche Don se murió por el vergazo de la sandía, o sea, imagínate, que te mate una sandía. No mames ¿Qué podremos hacer en estos casos? nada, puta madre nada.
—Bueno como te decía mi comandante, te hablaré del taco de verga, es una historia que se contó allá por los tacos de la calle Reforma, de esos donde no sabes si la carne es de perro o de algún chirihuillo que mataron a botellazos. Sepa la verga, pero mira, había un puestesito de tacos, de esos que tienen una estampa pegada de algún santo raro que nadie conoce, a lado de la pegatina descolorida que plasma el logo de los Tigres con el diseño de hace veinte años.
—No mames, neta, que pinche surrealismo, el culero loco del Salvador Dalí va a revivir con esa pinche obra de arte conceptual que me acabas de invocar.
—Todas las noches llegaba la misma puta, de esas gordibuenas de axilas oscuras, con cesáreas mal hechas por un médico pasante del Gine. Lonjas, celulitis y estrías que se parecían al mapa del municipio de Guadalupe. Sin tanto preámbulo, esta morra siempre llegaba diciéndole al taquero —¡Dame un taco de verga!—. Todas las pinches noches era así, hasta el pinché taquero se bloqueaba o se reía de eso, pero bueno, este le servía sus tacos.
—Luego ¿qué pasó? no me digas…
—Espérese comandante, ahí viene lo bueno, no me interrumpa que es de mala educación, chingada madre hombre. Prosigo… Un día al taquero se le acabó el aire para soltar la risa, este güey ya estaba hasta la madre que células criminales llegaran a cobrarle piso, a parte de los chotas en turno. Así que en un “quiebre psicótico” como tú has dicho algunas veces; el taquero se le puso a lado a la puta y le sacó la verga, para poder agarrar una tortilla que andaba aceitando y envolverse la verga con ella. —¡¿Quieres culera?! — el taquero le expresó con la voz entrecortada.
—Ah, sí güey, fue ese cabrón del 2013, fue en verano…
—Si, ese güey, ya ñozco, bueno el pedo es que la puta se carcajeó con su voz gangosa y este la empezó a agarrar a vergazos, arrastrándola casi dos cuadras seguidas, acá a puro vergazo limpio como si fuera un vato. Hasta que otras putas la defendieron, luego se metieron los chotas y uno que otro puñetas borracho que deseaba ser vergueado o que lo verguearan. Acá se hizo la trifulca tipo colosal, el ambiente olía al pinche desodorante barato, el 24h de Avon, el de la tapa azul color aqua. No sé cuántas veces se había escuchado la palabra “verga” y el típico “no mames”.
—¿Luego?
—La puta se enamoró de él, porque le recordaba a su papá, bueno eso le dijo ella a otro padrote cirroso con el que a veces yo platico, por ahí dicen que la morra le pagó la fianza al taquero y se fueron a vivir juntos a Juárez, y la neta no me sorprende. Se dice que la morra ahora si come tacos de verga como fetiche de pareja que ya ni sabe cómo alivianar su pinche relación.
—¿Te hablé de la otra pareja que hace esas chingaderas?
—Si, me acordé, porque la vieja que tenía en ese tiempo como que se sacó de onda con lo que me contaste y yo le conté. La morra me obligaba a verle los ojos cuando me la chingaba. Esa morra estaba bien pinche rara, me ponía rolas de RBD de fondo cuando me la atravesaba. Pero bien que le gustaba.
—¿Ya terminaste de tus mamadas güey? ¿Por qué siempre tienes que hacer ese ruido raro con la garganta cuando hablas de una dama, acá tipo como si estuvieras aguardentoso? —con una esperanza banal, esperé una afirmación positiva por parte de este conductor que trabaja medio tiempo.
—No comandante.
—Déjame contarte algo de mi cosecha, sobre aquella compañera de trabajo que tenía que llevar a pasear a su esposo antes de que estos tuvieran, ya sabes, su intimidad del viernes. La razón del por qué lo hacía esta chica era porque su esposo ya no se le antojaba, sabes, eran de esos güeyes jariosos que se terminan metiendo mamadas en la cola. Bueno, el pedo es que ella no lo quería dejar, era o es su esposo. Así que este lo que hacía, era cerrar los ojos para ponerse a pensar en los culos que recién había visto en la calle mientras se encontraba en el acto marital. Creo que son de esas parejas que no tienen hijos, en sí, la mayoría de las parejas que no tienen hijos se la pasan haciendo ese tipo de mamadas. Ahí es cuando no es bueno que ese tipo de personas «no» tengan hijos. En tiempos de antaño estos se morían de sífilis, así se morían y no se reproducían. A veces pienso que las enfermedades no son un mal, sino un mal que hace bien, como si lo estuvieras viendo en modo dios o algo así. En serio, un día la gente debería dejarse en paz un rato, pero es tan terca en hacerse daño. Así como ese vato que enamoró a una morra regalándole puros bubulubus. Existen ideas que se quedan para siempre, y si vas con la misma idea, sí eres terco, conseguirás lo que quieres.
—¿Comandante? ¿De quién es esa canción?
—Es de Marvin Gaye
—Se escucha chido… ¡Mira! ¿Qué le habrá pasado a ese perro? camina medio chueco.
—Sí, se escucha chido, súbele, vamos a cagarle el palo al que nos debe los royalties.
FIN
Ilustración de: MICAH ULRICH