EL CASTRO
— ¿Te acuerdas de ese güey que estuvo chingue y chingue la otra vez?
— No sé, a veces nos acordamos de lo que no nos queremos acordar o acordonar y de lo que en verdad nos conviene, más bien re nombrar.
Castro, así se apellidaba, la mayoría de las veces no todo el tiempo sabes cómo te llamas, mucho menos como te apellidas, simplemente eres tú. En tiempos de antes los apellidos enorgullecían al punto de presumir el poder pertenecer a una casa, no como ahora, son solo para identificarte en este país lleno de bastardos que creen que cuentan con un padre y con una madre. Un número cualquiera en la burocracia.
Solamente ponte a pensar, ninguno tiene una familia o casa de donde sentirse orgulloso, debido a que en su sangre se escuchan los gritos de una aborigen y el cruel gemido de perversidad inmaculada; proveniente de un pirata de poca monta. Este país se encuentra fallido desde hace algunas centurias de años.
Volvamos a Castro, ese hijo de su puta madre, hasta me da ganas de lanzar el teclado cuando escribo de ese malnacido. Si, algunos nacen en luna roja, otros nacen sin luna y algunos nacen por solamente nacer. Según la carpeta, un bastardo mas que no debió hacerlo, producto de una noche loca o una mala decisión por parte de dos imbéciles que deseaban llenar su estúpido vacío. Sin embargo, la experiencia es como un tipo de virus que se propaga poco a poco y crece como un hongo entre los dedos de los pies de un puñetas clase mediero que trabaja todo el día y suda demasiado por sus problemas de ansiedad.
Hablando de ansiedad, el pinche Castro es experto en poder canalizarla; dos años y medio en la escuela de enfermería. Una mal curada hepatitis C en su sangre, también una que otra verruga que no deja mucho que desear, sobre todo con las putas y travestis con los que este visitaba durante las noches de verano. La mecha que le detonó todo creo que fue en aquella tarde cuando por fin tuvo tiempo para visitar a la tía que lo cuidó en su infancia y parte de su inestable adolescencia. La tía le había enviado un mensaje de texto comentándole que esta se sentía mal. Pero bueno, ya sabrán o deducirán lo que sucedió. Al llegar, este la vio a casi dos días de muerta en temporada de primavera. Yacía sentada, con la boca abierta, saliéndole algunas moscas de la garganta y apestando el lugar como nunca. Las jeringas se notaban esparcidas en sus piernas y sobre los cojines del sillón. Esta intentó salvarse, pero no lo logró, Castro no la pudo salvar, solamente se quedó ahí para hacerse un huevo con salchicha para la cena; hasta que llegaron los ministeriales para hacer lo peritos correspondientes.
Pasaron los meses, este sujeto se convirtió en un tipo de maniaco al querer siempre estar despierto todo el tiempo, en donde las pesadillas y su conciencia no lo dejaban en paz. Sus ojos temblaban y su voz se quebraba cuando una interferencia alteraba su normalidad, mientras sus manos sudaban al no poder hacer lo que deseaba su animal interior y egoísta. Cualquiera podía notar sus extraños caminados que gritaban — ¡Ya basta! —.
Laura, así le pondremos por respeto a la víctima. Cuando caminas por la calle, crees que estas bien, pero acuérdate que esta sociedad humana no es más que una simple jungla de animales que se creen civilizados, peor aún, mal domesticados. Este animal la desmayó con éter concentrado y la metió a una casa abandonada del municipio de García, tierra maldita llena de indios enterrados por el virrey de la nueva España. Amarrada en un tubo de la cocina, estando media despierta, drogada con alguna otra sustancia que usan para calmar el terco dolor de algún moribundo de la Cruz Roja; el enfermo se dio por bien servido sobre una literal bandeja de plata.
Una vez más aquella ansiedad que llegó para quedarse una vez más; perturbó al personaje de nuestra historia. Un sinfín de neuronas que se entrelazaron dentro de su cabeza se dictaron en pensar cosas que no debería. Castro, tomó una de las jeringas y las empezó a llenar de cloro, detergente líquido y algunos otros líquidos tóxicos que usamos para limpiar la suciedad de nuestras casas. Sin pensarlo dos veces, este se acercó a la chica que este mantenía secuestrada, y sin piedad, este le inyectó en su cuerpo aquellos líquidos extraños que se mencionaron con anterioridad… Este no paró hasta poder saciar sus ganas de tranquilizar sus demonios que él creía que eran ángeles o peor aún, amigos.
“Deseas apaciguar la desesperación donde no hay lugar para calmarse”
Así fue toda la noche, toda la maldita madrugada, este engendro no se detuvo hasta la mañana siguiente. Hasta por fin darse cuenta que la chica ya no presentaba signos vitales. Las respiraciones del psicópata se calmaron en medio del sonido de las urracas revoloteando sobre las hojas de los árboles. Los silencios entre cada carcajada de algún demonio, fueron incómodas para el mismo diablo.
15 días después…
Uber: ¿Te acuerdas de esa morra de Juárez con la que andaba? La que era mesera del Kambala…
Yo: No güey, y no quiero acordarme…. Vas a salir con tus mamadas… de seguro.
Uber: Siempre me acuerdo de ella cuando vamos al Burger King… Así le olían las patas cuando iba para su casa, o sea mija, límpiate las patas con unas toallitas o métete a bañar, no sé.
Yo: ¿Y qué chingados tiene que ver con una Whooper del Burger King?
Uber: Es que las patas le olían al queso de la hamburguesa, ya sabes que las meseras se la pasan de pie moviéndose en el bar y pues les suda la pata ¡Jajajaja!
Yo. No faltaba más hijo de la chingada, no faltaba más, puta madre contigo.
Uber: Cambiando de tema… La chica que apareció en la fábrica abandonada de Juárez…
Yo: Según los reportes de los chotas de allá, es que la chica se había matado a puros picotazos, pero la forense no cerró carpeta, sabían y saben que había algo por ahí, nadie, en cualquier estado de catarsis se hace algo así. Menos en la forma en que la dejaron, en ropa interior con todas las picaduras donde estaba lo blandito, uno ya identifica cuando alguien está dañado o simplemente le dañaron.
Uber: Mi comandante, usted sabe de Psicología… ¿Por qué no estudió algo de forense?
Yo: El dolor no se disipa, solo se transforma, el júbilo se desvanece, pero deja su marca…
Uber: Ta bueno pinché Shakespeare, la base quiere que chequemos en dónde fue esa mamada… La chica era una chica normal, la última vez que se le vio, iba para la tienda. Yo, soy un tanto practico mi comandante, me baso y juzgo en lo que la pinche gente hace y deja de hacer. Toda la raza esta pinche enferma… y es por culpa del internet, del porno y demás.
Yo: Seriamente deberías escucharte güey, “gente enferma” no mames ¿Quién te embrujó a la verga? Sabes algo del maricón chismoso que todo sabe, de seguro.
Uber: Yo solo sé que las jeringas tienen un número de serie…
Yo: ¿Qué vergas?
2 días después…
— Quítale la bolsa de la cabeza, déjalo que se siente en el sillón.
—¿Qué quieren? ¿Quiénes son ustedes? —el Castro preguntó.
—Nada, solamente limpiando ciertas abominaciones de la creación de nuestro señor.
—Comandante ¿quiere que de una vez...? — mi acompañante exclamó.
— No, no, todavía no, me gusta platicar, conocer y discutir con culeros como este…
—Tiene cara de esos que mandan a secuestrar al suegro o al cuñado porque tiene más lana que el… pinche mierda de pelado —el del Uber exclamó
—Si, jajajaja, volviendo a ti pinche feminicida de mierda, dime culero ¿Por qué le hiciste eso a esa chica? ¿Te sentiste bien después y se te olvido? Es lo malo de culeros como tú, no saben que existe una membrana muy delgada en cada pinche cosa. Entre una acción premeditada y su consecuencia. Mira, no te daré largas, por la puta cola del diablo que no mi estimado. Esta ciudad se está llenando culeros como tú. Lo peor es que ya es normal, gracias a esas pinches pantallas que tenemos en frente. Eso me lo dijo un fantasma que se quedó atorado en los noventas. Pero bueno.
— ¿Qué me van a hacer?
— ¿Hacerte? La gente no sabe que todo lo que les hace a los otros se lo están haciendo ellos mismos. Es el problema de la falta de conciencia colectiva.
—¿De qué hablas comandante? — el vato del Uber se sacó de onda.
—De todo… Uber, ya sabes qué hacer.
El disparo se escuchó fuerte y claro, mientras se escuchaba una canción de The New Kids On The Block.
Déjalo que se quede ahí en el sillón, quítale las esposas, ya van dos que perdemos— le comenté a mi buen acompañante— Un disparo en el estómago, creo que puedes durar algunas, no sé ¿Mmmm, tres horas, ocho? Quiero quedarme aquí, viendo como miraste a esa chica. Pinche maldito muerto en vida, lleno de mierda.
Justicia servida en una bandeja de plata sucia. De esta forma nos ahorramos impuestos.
Pintura: “Three Studies for Portrait of George Dyer (on Light Ground),” a painting by Francis Bacon