EL CASTRO
— ¿Te acuerdas de ese güey que estuvo chingue y chingue la otra vez? — No sé, a veces nos acordamos de lo que no nos queremos acordar o acordonar y de lo que en verdad nos conviene, más bien re nombrar. Castro, así se apellidaba, la mayoría de las veces no todo el tiempo sabes cómo te llamas, mucho menos como te apellidas, simplemente eres tú. En tiempos de antes los apellidos enorgullecían al punto de presumir el poder pertenecer a una casa, no como ahora, son solo para identificarte en este país lleno de bastardos que creen que cuentan con un padre y con una madre. Un número cualquiera en la burocracia. Solamente ponte a pensar, ninguno tiene una familia o casa de donde sentirse orgulloso, debido a que en su sangre se escuchan los gritos de una aborigen y el cruel gemido de perversidad inmaculada; proveniente de un pirata de poca monta. Este país se encuentra fallido desde hace algunas centurias de años. Volvamos a Castro, ese hijo de su puta ma...