NOTAS PERDIDAS

 






Dedicado al vato que se mató el pasado lunes en el desnivel. 

 

Epilogo violento 

 

Me acordé de aquel adicto a la marihuana que se tomó casi un veinticuatro de caguamas fiadas. Sentado, en el patio de una casa que no era suya donde este habitaba de manera ilegal, situada en algún horrible municipio límites con otro que está mucho peor. 


Las canciones originarias de Colombia, las vallenatas, retumbaban la cabeza de este desconocido más. Al final y sin tanto preámbulo; la tristeza se murió de un balazo en la cabeza. Este le había robado la pistola a un policía estatal que se había quedado dormido. La vallenata se seguía escuchando acompañado de un eco vacío y perturbador: “Te amo, te extraño, te adoro con loca pasión” … 


 Existe una colonia cerca de una fábrica que empezó a usar como medio de contratación el outsourcing desde hace unos diez años, comprando al sindicato con bonos brutos y activos más suculentos que un trabajador haciendo huelga.


En una vivienda cualquiera como otras, se encontraba una ama de casa escuchando la estación de radio llamada “Radio Alegría”, sí, una y otra vez se repetía una lista de canciones programadas por algún becario que estudiaba comunicación y que algún día sería lo que él quisiese, pero seamos sinceros; no sucedió ni sucederá nada para este chico.  

 

Canción tras canción, estos cantantes de habla española interpretan montañas rusas, ya sabes, empiezan bien, luego a la mitad suben el tono y todo se desgasta, así como tus nalgas en veinte años. La mujer cantaba mientras trapeaba por segunda vez la casa, era algo a lo que le llamábamos “quiebre psicótico” aunque yo más bien lo veo como “un amontonamiento sin orden de desquicio”. La mujer se orinó de tanto dar vueltas desnuda dentro de su casa, la pobre ya llevaba casi ocho horas escuchando las canciones tristes provenientes de esa estación. Un grito al techo, los vecinos no sabían qué hacer, tenían en cuenta que ella sufría debido a que su esposo trabajaba casi catorce horas para muy apenas poder dejar de comer en la mesa de aquella vivienda. La paranoia mató la paciencia de la realidad en esta mujer. Una infidelidad inventada, un dolor creado nomás por el sentir algo. Después de un último desahogo al techo agrietado, la mujer cayó sobre sus heces y orina, la embolia le hizo explotar el lugar donde alguna vez hubo razón. La canción de Charles Aznavour se hacía escuchar  

 

“Adiós al mundo y sus problemas 

Adiós a aquel que me condena 

Que queden todos con su error 

…Morir de amor” 

 

 

30 de septiembre del 2014 

 

Shenzhen, República Popular China. 

 

Xu Lizhi apenas terminó su turno en la fábrica donde este trabajaba, este había finalizado de ensamblar el iPhone 6 que ahora tengo en mis manos. 

 

Fue hace meses que Xu se sentía vacío, y al final se dio cuenta que por fin lograba sentir algo, y que su masa humana no era más que un montón de carne sostenida por huesos, pues los sujetos de las caras que parecen tener la piel falsa; se sonreían al poder llenar su ambición desparramando en la yema de sus dedos el contar los billetes. 

 

Un hombre chino es como el arroz «Gohan», un platillo japonés para variar. Este arroz blanco que es cocido al vapor, no tiene sabor, no tiene color, solamente llena el estómago con su insípido sabor a almidón y a arsénico, así que en este caso no estoy muy perdido al compararlos con el típico gentilicio asiático. A veces la soya le da un poco de sabor, pero nuestro amigo Xu no le gusta mucho la soya. Esto debido a que una de sus vecinas siempre huele a esa salsa condimentada, el olor proviene de sus axilas y de sus pies. Siempre llegan pervertidos que ganan un poco más y un poco menos, pero no tanto como otros. Estos desconocidos van a lamerle los pies como un vil fetiche. Así que, por esa razón a nuestro amigo Xu no le interesaba ponerle soya a su arroz blanco que le cuesta un cierto porcentaje de su salario semanal.  

 

Volviendo a lo mío, hoy caminé despavorido al ver la cantidad en gráficas de desempleo que existe en el país, pero también me abrumó el número de personas que sufren de explotación laboral, situación que sufren la mayoría de algunos cuantos y muchos pocos. El iPhone 6 se me cayó de las manos y lo pude salvar con el pie izquierdo. Sin embargo, no pude salvar la depresión de Xu, el poeta que ensamblaba chips para los iPhone. En ese mismo momento que casi se estrella la pantalla de mi teléfono móvil, Xu se tiró desde el piso de su departamento. En medio de un país de costales de piel amarilla sin alma y llenas de avaricia que calman debido a su amarga, ridícula, vacía y disciplinada forma de vida. Viva la república de la gente, que no son más que unos simples muñecos hiperactivos.

  

Marzo del 2016 

 

Cancún, México. 

 

Hemos sido razonables hasta cierto punto, eso es lo que dicen algunos, a pesar de todo no es lo mismo cuando uno tiene que tomar algunas cartas en el asunto y dejar por ahí otras cartas en el aire para que otros las puedan tomar o quieran hacer lo que se les dé la gana con ellas.  

 

Sentado en un sillón, con fiebre, debido a la exploración que tuve en la selva de Mérida. Pero bueno, tenía ganas de poder conocer a una de las maravillas del mundo; el Chichén Itzá, honestamente algo fuera de lo común, un lugar mágico donde alguna vez existió un imperio, o en este caso; un salvajismo sistemático. Actualmente solo quedan ruinas y es cómo andar diseccionando a un gigante muerto al caminar entre ellas. Es desagradable no poder subsistir con lo que creemos que tenemos para sobrevivir. Termina siendo un halago al tratar de persuadirse uno mismo. La fiebre me hace cosquillas en la conciencia y me hace trizas el inconsciente. Los logros son pocos, las caricias parecen obligadas, abstracto contra lo concreto, la locura me está exorbitando. Al final de cuentas una persona desmantelada no es capaz de armar.  

 

De repente mi voz se unió con la que únicamente controlaba con mi mente. Los malditos rusos sabían lo que habían hecho y andaban muy alerta por lo que le sucedió a su líder. Abro mis ojos y el sudor frío de mi cuerpo lo refresca, de algo tiene que servir lo que involuntariamente no deseo que suceda. Por ahora me encuentro esperando la Van para que me transporten a al aeropuerto y de ahí a Monterrey. En el lobby, en frente del sillón donde me encuentro postrado y poetizando mi malestar. Un hombre de edad muy avanzada y conectado a un respirador; se me queda mirando como si fuera un objeto que merece ser analizado. De repente, este repite ciertas frases que yo muy bien sabía que guardaba en mi conciencia.  

 

¿Ya sabes quién soy? —el siniestro hombre que me miraba me había cuestionado directamente— ¡Ya sabes que es lo que pienso de todo esto muchacho! … A ti te pasaran muchas cosas y cierta gente de cierta parte estará muy segura de ti. Es bueno al fin poder conocerte. 

 

El hombre de edad avanzada se encontraba bajo el cuidado de una extraña mujer asiática, muy elegante, vestida de negro y con una piel parecida a la cera. Volví a cerrar los ojos, alguien por fin me había traído una pastilla de Paracetamol, la tomé y pude sentirme mejor. Pero aquel hombre lleno de sondas para respirar desapreció. No me temía que fuera todo real, me aterraba pensar que sí sucedió.  

  

 Calle Reforma 

  

Desde que salieron las pastillas azules, los tugurios se han hecho más diversos cuando hablamos de la edad. Ahí puedes ver a un anciano de casi siete décadas con el pene más erecto que un huerco de quince. Haciendo realidad lo que antes no se podía en sus más recónditas fantasías de libro vaquero. Su infame dureza haciendo gritar a una chica de origen indígena y de estrechos recónditos, que caray. Uno ya no se puede tomar una cerveza a gusto, mientras escucho y observo a un Don “quién sabe quién” dejando su semilla ajena dentro de la pobre chica de origen autóctona. Así muchas terminan, la mayoría venían a buscar algo bueno a la ciudad, y no para quedar embarazadas de un viejo pervertido.  

  

Diálogo consigo mismo 

  

Me gusta el año dos mil siete, es como un mundo aparte sin punto y seguido, a esta década le llaman los “dos miles”. Luego creo que le siguen los “diezmildiez”. Sin embargo, a veces me pregunto si de esa misma forma se manejaron los del sigo dieciocho o diecisiete. No lo sé, pero puedo deducir que la gente se cansó de dividir, de ser civil, de tener cordura. En estos tiempos la locura es procurada, es cuidada y es laureada.  

  

Existe una bestia invisible allá afuera, no la vemos, únicamente la percibimos, esta cambia de forma cuando se le da la chingada gana, a veces la estudiamos con el fin de entenderla. En ocasiones la malgastamos con lo que creemos que está bien. Frecuentemente esta te pone en tu lugar, ha de tener tentáculos o que se yo; estos te empujan como si fueras un simple insecto en medio de una tormenta. Hoy, aquella cosa hizo un quejido y esa cosa se llama: sociedad. 

  

Creo que aquel monstruo invisible no aguantó el observar a tanto animal muriendo de hambre, de desesperación, victimizados en los incendios. Este mismo monstruo ya había superado lo de los animales congelados, no se percató tampoco de los vagabundos que pensaron que solamente era un simple frio.  

  

No, para nada. La incertidumbre pesa más que la ignorancia.

  

Pero sí, las amables palabras no son más que las peores descortesías disfrazadas.  

  

  



Me tragué una luna de hierro, 

tuerca la llamaban. 

Me tragué las aguas negras de la industria, cartillas de desempleo. 

Primaveras se afanan encorvadas sobre máquinas marchitándose a destiempo. 

Me tragué la extenuación, el finiquito, el 

vagabundeo. 

Pasos de peatón elevados, oxidados tiempos. 

Ya no puedo tragar más. 

Todo lo que tragué regurgita ahora a raudales 

y desde la tierra de mis antepasados se transforma en poemas humillantes

  


— Xu Lizhi, poema. 

 

 

Ghost in the Machine: The Poetry and Brief Life of Foxconn worker Xu Lizhi  – Pacific Rim Solidarity Network 跨太平洋互助网络



FIN