DÍAS RAROS
La Sirena.
Me desperté dentro de un sueño, no sé si sea peor o allá sido mejor, creo que da igual.
Sirena mía sin mar, en medio de una maleza de color sepia, repleta de patéticos arbustos sin vida. Tu cola de pescado huele tan bien que no puedo más. Tus cabellos dorados brillan y los mismos destellos que estos lanzan; rebotan desde el reflejo de tu piel que se esparcen en medio de la nada.
Tus gritos de sed y desconsuelo me alarman, tu agonía me quita vida. Me imploras con un idioma que no conozco, aunque sé que es antiguo, no es tan aturdido como el de las mortales. Fuiste castigada «por lo que veo» te sacaron del mar y te llevaron a la nada. En un monte sin vida de estas tierras de Nuevo León.
El Sujeto y el Predicado.
Ahí yacía, el hombre de traje negro, corbata negra, camisa, cinto, zapatos y hasta calcetines del mismo color antes mencionado. La narrativa nunca había sido tan deliciosa cuando a la vez la notas tan estructurada y cómoda, al igual que una hilera de productos; exquisitamente acomodados.
El Callejón del diablo, una blasfemia de la arquitectura de esta ciudad, la hierba buena huele muy fuerte, como el hedor que proviene de este sujeto. Por dios santo, ya está sacando una botella de ron. No me queda de otra que escucharlo hablar.
—Nada es casualidad ¿verdad Lemus?
—Puede ser, puede que puede, no podemos estar jugando con las posibilidades que pueden ser muy erróneas.
— El terremoto del 2017, tú sabes muy bien que ellos controlan el clima, que casualidad que el fin de semana estará todo frío y lluvioso. Estos ojetes tienen bombas subterráneas. ¿Tú crees que nada más eran por aire? ¡Ja! Que pendejos somos.
— Sé que se siente que no te crean, sabiendo muy bien que tenemos la razón y tenemos pruebas, pero aun así no te creen. A pesar de todo, no te creo.
— ¡La proteína del genoma que tiene esta mierda y que anda en las calles! Sabes qué está hecha para ciertos perfiles y cadenas... ¡de que vergas me sirvió el doctorado!
—Este lugar acaba de limpiarse y me están pidiendo que te vayas. No por qué yo sepa que esté pasando, deba apoyar todo lo que le pasa a los demás. Solamente soy un predicado en esta oración.
—Lemus, tan versátil como siempre...
La Casa Verde.
Paso a paso caminando sobre la calle 16 de septiembre, en la Col. Independencia. Una subida, luego a la derecha, a orillas de la Col. Roma. Las casas de madera con sus muchas capas de pintura me estresan. Él aura que exhalan me llevan a un México de la década de los 70´s. Sin embargo, no es ahí donde voy y quiero ir. Se puede decir que la madera guarda muchos humores, muchos suspiros que se quedaron en esa fibra muerta que nos dio la vegetación. Es sorprendente en cada chingadera que pienso.
Llego a esa casa de concreto, desde acá puedo oler ese aroma a tierra mojada, tierra para plantas y a hierba buena cerca de los baños compartidos con las habitaciones que se rentan para los foráneos. Una escalera vieja, de azulejo texturizado, quebrada a la mitad, me lleva al segundo piso de esta casa de color verde Aqua; «el tono de mi debilidad». Vuelvo a bajar sobre unas escaleras de madera muy barnizada y la luz de un ventanal me deja sin una buena vista.
Al recuperar la visión, me percato de lo verde que es este lugar, donde diferentes tipos de verde se dejan ver en los muebles, en la pared, en los saleros, en las figuras de porcelana, en el azulejo del piso, en las cortinas, en casi todo.
¡Has estado muy ocupado donde no debes Dani! —una mujer sentada en una silla de madera vieja pero aun de color verde, me habló— ¡Has tardado en venir, en las diferentes formas en que uno debe venir!
De repente me vino un olor dulce a mi nariz, como a canela y a manzana.
No he estado muy al tanto de ustedes, una de tus hermanas llegó a mi sueño, fue una del mar, creo yo… disculpa ¿sucedió algo que deba saber? ¿Será alguna guerra? —pregunté mientras las yemas de los dedos me sudaban—.
—¿Para qué quieres saber? Si no eres más que un mortal que se entrometió con gente que no debía— la extraña mujer me contestó.
Al mirarla bien logré ver su cabello color cobrizo y quebrado, recogido hacia atrás, sus piernas blancas juntadas, mientras un vestido blanco caía sobre su cuerpo. No pude ver su cara, es más, nunca he podido ver su rostro en todo este tiempo en que ella se me ha aparecido.
—¡Quiero saber qué está pasando! —pregunté con un tono demandante.
De repente me vino un olor agrio a la nariz, un olor como a leche pasada de tiempo, a ese que hace mucho que no había olido, al olor a vagina infectada; al fétido cuerpo de una chica con tres días muerta en una tarde de verano, yaciendo en algún hotel de mala muerte en la zona roja de Monterrey.
—¡Basta! — grité exigiendo cordura.
El olor desapareció…
¡Crees que puedes venir a preguntar solo por preguntar! Por el amor de Duvvel, sabes muy bien cómo es todo esto —la mujer me levantó la voz como si yo fuera un niño y terminó por bajar su tono— Ten en cuenta los detalles de los detalles…
Parpadee, el frio humor a hierba buena entro a mi nariz. Me vi a mi mismo en una terraza perfectamente cuadrada con ladrillos como piso, y de repente, los barrotes blancos que adornan la fachada de este espacio; se acercaron hacia a mí de forma abrupta. Todo se aclaró, la bruja eslava se desestimó a sí misma y me dejó con la misma idea que tenía de lo que sucedía.
Catarsis de la moraleja.
No despertar cuándo no se desea despertar, no enviar a dormir cuando no se encuentre cansado. El monstruo que se encuentra debajo de la cama, tiene miedo de mí. Nuevamente entré al Cine Lírico para poder conseguir preguntas, no me interesaban las respuestas. Una mujer de cabello corto y medias oscuras se encontraba sentada bajo un farol que flotaba en medio de la oscuridad. En eso, esta empezó a revolver el rímel de sus ojos para poder embarrase la negra pintura en los pechos y en el resto de su torso.
La mujer no tenía color, sus claroscuros me hacían recordar el ruido de una pizarra siendo rechinada, lo más probable, es que haya sido otra actriz asesinada en la década de los veintes cuando el cine fue teatro. Me hizo recordar a Anaïs Nin en sus tiempos mozos. Tengo que salir de aquí.
Tacos Rojos
—¿Lo mismo de siempre joven?
—Sí, por favor, nomás échame menos cueritos que ando un poco malo del estómago. Tengo que hablar con unos güeyes de una cuadra de aquí, son chavos que no se meten en pedos, son de esos envergados que no se ponen desodorante y juegan con cartas, de esas cartas que tienen magos y dragones.
—Ah órale.
—Si, andan haciendo sus mini casinos sin reportar sus mamadas con nosotros. Siempre hay alguien a quien le tienes que retribuir lo que haces. Eso es un pinche hecho… bueno ¿Cómo ha estado la noche?
—Lo mismo de siempre… ¿y a ti joven?
—Hoy fue… un día raro y una noche extraña.
FIN